Tuve que caminar largo rato por un bulevar, cuando la noche asomaba, para darme cuenta de que estaba llena de palabras. Era culpa del silencio. Tuve que padecer insomnio para constatar que tenía náuseas de palabras. Y que no quería hablar. Tuve que escribir para que las palabras salieran y regresaran a mí, digeridas de reflexión, con una armónica emoción. Tuve que seguir escribiendo para que las palabras subieran por mi tejido subcutáneo y llegaran a mi epidermis. Después caían en el doblez de mis sábanas, se colgaban de mis toallas matutinas, decidían el color de la ropa que me pondría y todo lo concerniente a mi vivir. Y así comenzaron a hablar en secreto.
Roxana Orué
Fotografía: Carlos Andrés Torres